miércoles, 17 de noviembre de 2010

Poesia del siglo XIX

Carolina Coronado (1820-1911)

  EL MARIDO VERDUGO
¿Teméis de ésa que puebla las Montañas
turba de brutos fiera el desenfreno?...
¡más feroces dañinas alimañas
la madre sociedad nutre en su seno!

Bullen, de humanas formas revestidos,
torpes vivientes entre humanos seres,
que ceban el placer de sus sentidos
en el llanto infeliz de las mujeres.

No allá a las lides de su patria fueron
a exhalar de su ardor la inmensa llama;
nunca enemiga lanza acometieron,
que otra es la lid que su valor inflama.


Nunca el verdugo de inocente esposa
con noble lauro coronó su frente:
¡Ella os dirá temblando y congojosa
las gloriosas hazañas del valiente!

Ella os dirá que a veces siente el cuello
por sus manos de bronce atarazado,
y a veces el finísimo cabello
por las garras del héroe arrebatado.

Que a veces sobre el seno trasparente
cárdenas huellas de sus dedos halla;
que a veces brotan de su blanca frente
sangre las venas que su esposo estalla.

¡Y que ¡ay! del tierno corazón llagado
más sangre, más dolor la herida brota,
que el delicado seno macerado,
y que la vena de sus sienes rota!


Así hermosura y juventud al lado
pierde de su verdugo; así envejece:—
así lirio suave y delicado
junto al áspero cardo arraiga y crece.

Y así en humanas formas escondidos,
cual bajo el agua del arroyo el cieno,
torpes vivientes al amor uncidos
la madre sociedad nutre en su seno.



Ramón de Campoamor y Campoosorio (1817-1901)

 
POEMA EL TREN EXPRESO
Al ingeniero de caminos el célebre escritor
don José de Echegaray, su admirador y amigo.
CANTO PRIMERO: LA NOCHE
I

Habiéndome robado el albedrío
un amor tan infausto como mío,
ya recobrados la quietud y el seso,
volvía de Paris en tren expreso;
y cuando estaba ajeno de cuidado,
como un pobre viajero fatigado,
para pasar bien cómodo la noche
muellemente acostado,
al arrancar el tren subió a mi coche,
seguida de una anciana,
una joven hermosa,
alta, rubia, delgada y muy graciosa,
digna de ser morena y sevillana.
II
Luego, a una voz de mando
por algún héroe de las artes dada,
empezó el tren a trepidar, andando
con un trajín de fiera encadenada.
Al dejar la estación, lanzó un gemido
la máquina, que libre se veía,
y corriendo al principio solapada
cual la sierpe que sale de su nido,
ya al claro resplandor de
las estrellas,
por los campos, rugiendo, parecía
un león con melena de centellas.

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